UCMaule N° 57, julio-diciembre 2019, 67-82.
Rec.: 27-06-2019 Acept.: 13-11-2019 Publ.: 01-dic.-2019
DOI: http://doi.org/10.29035/ucmaule.57.67


Revista académica
I.S.S.N: 0719-9872



Método estructuralista y análisis parcial. Una revisión desde sus consecuencias filosóficas

Structuralist method and partial analysis. A review from its philosophical consequences



Esteban Rodríguez Moya
Instituto de Estudios Humanísticos Juan Ignacio Molina
Universidad de Talca, Talca, Chile
Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas
Universidad Católica del Maule, Talca, Chile
erodriguez631@gmail.com



RESUMEN

El estructuralismo como método de investigación siempre parte suponiendo la existencia de un sistema de relaciones que subyace a los fenómenos socioculturales y que posibilita la significación de éstos. Así, pasó a transformarse durante gran parte del siglo XX en una herramienta cualitativa para describir problemas de diversa índole en el ámbito de las ciencias humanas. No obstante, también es sabido que el supuesto del método en cuestión, por la profundidad eidética que alcanza, tiene un talante filosófico para nada desdeñable. De esta forma, cabe preguntarse por las consecuencias que la raíz filosófica del estructuralismo tiene para su aplicación metodológica, sobre todo si consideramos que las propuestas al interior de la filosofía, en su mayoría, ofrecen un fundamento abstracto de lo real que es muy difícil de identificar empíricamente. Así pues, la investigación que se presenta busca exponer como el método estructuralista, a pesar de tener un gran poder descriptivo, termina inevitablemente en un análisis inconcluso, pues su hipótesis en torno a la existencia de una estructura fundamental que explica sus fenómenos, al ser un principio filosófico, nunca termina de ser corroborada.

Palabras clave: Estructuralismo, filosofía, método, análisis parcial.


ABSTRACT

Structuralism as a research method always starts by assuming the existence of a system of relationships that underlies sociocultural phenomena and that makes possible the significance of these: Thus, it was transformed during a large part of the 20th century into a qualitative tool to describe diverse problems in the field of human sciences. However, it is also known that the assumption of the method in question, by the eidetic depth that it reaches, has a philosophical talent that is not negligible. In this way, we must ask ourselves about the consequences that the philosophical root of structuralism has for its methodological application, especially if we consider that proposals within philosophy, for the most part, offer an abstract basis of reality that is very difficult to identify empirically. Thus, the presented research seeks to expose how the structuralist method, despite of having a great descriptive power, inevitably ends in an inconclusive analysis, since its hypothesis about the existence of a fundamental structure that explains its phenomena, being a philosophical principle, never ends up being corroborated.

Key words: Structuralism, philosophy, method, partial analysis.






1. Introducción

Se conoce que el estructuralismo es una de las bases metodológicas que enriqueció las formas de investigación en ciencias humanas durante el siglo XX. La idea de una red de relaciones que configura las partes que la componen, tal como lo haría una estructura o sistema, sirvió para comprender problemas relativos al lenguaje, la cultura y la crítica literaria, masificándose a través de las propuestas de Saussure en la lingüística y Levi-Strauss en la antropología. Sin embargo, el planteamiento estructuralista no solo alcanza una dimensión metodológica, sino que también muestra ribetes filosóficos,1 debido principalmente a que esta red de relaciones tiene el potencial para erigirse como una descripción en torno a la realidad en su conjunto. No es nuevo este talante filosófico dentro de las herramientas metodológicas de las humanidades, pues, siempre en el plano cualitativo, hay otros enfoques que también han sabido albergar a esta “doble cara” filosófica y metodológica. Dentro de estos tenemos a la fenomenología con Husserl o la hermenéutica con Gadamer y Heidegger. No obstante, el estructuralismo parece ser difuso dentro de su planteamiento a la hora de distinguir explícitamente qué corresponde al método y qué corresponde a la esfera propia de la filosofía. Elementos que sí podemos encontrar de manera más clara en las otras dos propuestas citadas.

Así pues, en el caso de la fenomenología, dicha distinción se exhibe en la frontera que representa el paso eidético dado por la obra de su precursor, Husserl. En efecto, en sus Investigaciones lógicas se comprende la fenomenología como un “análisis descriptivo de las vivencias intencionales” (Lambert, 2006, p. 518), lo cual muestra una clara vocación metodológica, sobre todo cuando en la V investigación se plantean un buen número de categorías para llevar a cabo dicho ejercicio psicológico-descriptivo2. A pesar de ello, Husserl asume posteriormente una perspectiva mucho más filosófica, apuntando hacia una crítica de la razón, que se hace explícita en 1911 y 1913 con la publicación de la Filosofía como ciencia estricta3 e Ideas relativas a una fenomenología pura y una fenomenología filosófica4 respectivamente. Por su parte, la hermenéutica tiene un carácter filosófico distintivo y primordial, del que solo derivadamente se sacarían herramientas metodológicas, dicho carácter se hace evidente a través de una idea central que Heidegger sostiene en Ser y Tiempo, a saber, la identificación entre filosofía y hermenéutica (Lafont, 2005). Dicha idea se justificaría a partir de la superación que Heidegger hace de la fenomenología de Husserl, pues según Boedeker (2005), el primero asume la historicidad existencial de la conciencia hasta sus últimas consecuencias, cosa que no logró Husserl. De este modo, el ser humano se instala en el mundo bajo el alero hermenéutico, necesitando así interpretar lo que acontece en la historia5, ya que ésta todo lo engloba. Convicción que por lo demás ejerció notable influencia en las humanidades por medio de las investigaciones de Gadamer o Ricoeur (Lafont, 2005). En síntesis, tenemos que en el caso de la fenomenología podemos extraer un método o una propuesta filosófica claramente distinguibles a partir de un momento histórico, mientras que en el caso de la hermenéutica asistimos evidentemente a una propuesta filosófica con elementos metodológicos. Todo esto nos lleva a preguntarnos por las dificultades que puede arrastrar el método estructuralista al no establecer con claridad que tiene de filosófico en su propuesta, a diferencia de lo que acontece con la fenomenología y la hermenéutica.

En el marco de la problemática anterior, el texto que se presenta busca describir cómo el método estructuralista solo puede llegar a una explicación parcial de un fenómeno específico. Todo esto, teniendo como supuesto que dicha dificultad se produce debido a que el enfoque citado apela implícitamente a un principio filosófico en forma de estructura, el que, al ser una realidad metafenoménica, se vuelve inabarcable desde la investigación científica.

De esta manera, la exposición se dividirá en tres partes: 1) una breve y general exposición en torno al estructuralismo, 2) una acotada revisión de algunas aplicaciones metodológicas que puede tener el estructuralismo a la hora de revisar textos y 3) una reflexión en torno a las consecuencias de la dimensión filosófica que posee el método en cuestión.

Por último, es necesario destacar que nos centraremos sólo en la aplicación del estructuralismo como método de análisis para textos escritos, ya que esta es la tarea fundamental, sino esencial, de los enfoques cualitativos donde justamente el estructuralismo ha tenido más impacto.


2. Características generales del estructuralismo

Como se viene afirmando, el estructuralismo se refiere a una forma de análisis o método que se centra en la malla de interacciones que configura la producción de significado dentro de una cultura específica6 (Beltrán-Pérez, 2008). Asimismo, esta dimensión cultural del estructuralismo, al basarse en una red, conlleva su apertura hacia áreas tan diversas como la sociología, la antropología e incluso la epistemología, a través de la profundización de las relaciones existentes entre los conceptos que forman las teorías científicas. Veamos lo que Beltrán-Pérez (2008) nos plantea al respecto:

De acuerdo con la teoría estructural, dentro de una cultura el significado es producido y reproducido a través de varias prácticas, fenómenos y actividades que sirven como sistemas de significación. Un estructuralista puede estudiar actividades tan diversas como la preparación de la comida y los rituales para servirla, los ritos religiosos, los textos literarios, los juegos y otras formas de entretenimiento para descubrir las formas profundas de producción y reproducción de significado en una cultura (Beltrán-Pérez, 2008 p. 2).

De acuerdo a este punto, la conexión que tiene la estructura con la producción de significado hace comprensible también la unión del estructuralismo con la semiótica o teoría de los signos, pues nos suministra una raíz común para la significación, a pesar de no profundizar en la interpretación de la misma debido a su vocación descriptiva. A este respecto, también se debe destacar que la estructura tiene un carácter dinámico, porque al surgir a partir de la interacción, a la manera de un sistema7, el cambio a nivel particular puede generar un cambio a nivel de la estructura completa. De esta forma, el todo implicado “comprende así los tres caracteres de totalidad, transformación y de autorregulación” (Piaget, 1980 citado por Beltrán-Pérez, 2008, p. 3).

Una característica central de las estructuras, y que tiene consecuencias para lo que se busca mostrar en la presente investigación, corresponde a lo inaccesibles que resultan a pesar del poder que tienen para determinar la realidad. En efecto, y como se ejemplificará en el siguiente apartado, una estructura siempre remite a otra superior y está a otra más profunda, la cual también referirá a otra, provocando así un espiral de abstracción hasta el infinito que hace imposible explicitar una estructura de origen8. Además, a este problema debemos agregar la naturaleza fugaz y variable de la estructura misma, ya que está sujeta a cambios continuos que son regulados desde su propia inmanencia.

El traslado de las ideas estructuralistas al campo metodológico se hace popular a partir del trabajo de Saussure, debido a la posibilidad de análisis que éste ofrecía desde la lingüística9. De hecho, la consideración del lenguaje como un sistema de signos ordenado sirvió para explicar numerosos fenómenos socioculturales que están cruzados precisamente por el mismo lenguaje y que también se configuran al modo de una estructura. En otros términos, el vínculo entre estructuralismo y lenguaje hizo que el primero permitiera más fácilmente un acercamiento cualitativo a la realidad. A su vez, si comprendemos este último como una forma de investigación cercana a la interpretación y la historia a través de lo discursivo (Moyano, 1999), nos encontramos con que más allá de su aplicación directa a los fenómenos sociales o culturales, el método estructuralista se familiariza estrechamente al análisis de textos escritos. Esto se debe a que para poder explicar los procesos de significación sociocultural asociados al lenguaje siempre se apela mayoritariamente a la representación gráfica de una lengua en específico.

Respecto a este punto, se vuelve inevitable mencionar que el trabajo del francés Roland Barthes es un referente, puesto a que por medio de una perspectiva estructuralista establece una historia de la literatura francesa enmarcada en una red de relaciones. En otras palabras, su investigación se centra en la realización de “un marco referencial del proceso de producción artística que se vislumbra en una nueva relación entre el autor, la obra y los signos” (Olmedo, 2015, p. 223). Con esto, llega incluso a caracterizar los periodos de la historia de la literatura francesa (Olmedo, 2015). Tomando las ideas de Barthes como arquetípicas, el estudio de textos literarios, o textos escritos en general, dependerá de una estructura (marco de relaciones) que se establece como el sistema que determina o configura la obra y los escritos del autor, prescindiendo por lo tanto de él mismo10.

Resumiendo, nos encontramos con que para el estructuralismo lo primordial son las relaciones que configuran una obra o un texto, más que sus detalles particulares, ya que estas relaciones atienden a leyes inmanentes que son determinantes para las transformaciones y la mantención de esta red de relaciones. Asimismo, para comprender la aplicación metodológica del supuesto teórico estructuralista, y con ello el problema que implica la imposibilidad de dar cuenta de la estructura última que determina una obra, es necesario revisar algunos ejemplos de este tipo de estudios, atendiendo a diferentes escalas de profundidad.


3. El estructuralismo y su aplicación metodológica a textos escritos

A continuación, se expondrán algunas herramientas metodológicas extraídas a partir de los mismos autores que escriben desde una propuesta estructuralista. Es claro que las referencias seleccionadas no son las únicas en su tipo y se han escogido con el fin de mostrar gráficamente los diversos niveles de profundidad que alcanza el método estructuralista. Además, y como se verá, no poseen un carácter concluso o un límite de profundidad, solo diferentes estadios que van dejando al margen la posibilidad de una estructura superior.

Así pues, los niveles de profundidad que se proponen son tres: 1) el escrito mismo, 2) el escrito en referencia a otros escritos y 3) el lenguaje inherente al escrito11. Podrían eventualmente proponerse más niveles intermedios, como por ejemplo dar cuenta de la red de textos o escritos interculturales implicados, al modo de una intertextualidad cultural, o también más niveles de profundidad abstractos y ascendentes, como la red de relaciones eidéticas (en sentido filosófico y psicológico) que determina la unión entre lenguaje y sujeto. Sin embargo, proponer un análisis a través de una cantidad ingente de pasos exclusivos que abarquen todo el fenómeno iría en contra de la meta central de este escrito, a saber, graficar justamente la imposibilidad de llegar a una identificación plena de la red de significación que configura un texto. Precisamente, es de hecho esta característica la que lleva continuamente a los investigadores estructuralistas a fijar los criterios de análisis solo de acuerdo al nivel de profundad que se quiera llegar (Olmedo, 2015).

Si se desea hacer un análisis partiendo solo del texto escrito, tratando de circunscribirse a lo que éste contiene, ya podemos realizar cierto acercamiento estructuralista que refiere a una dimensión externa al escrito mismo. Esto se pone por explícito a través de lo que Roland Barthes plantea en sus ensayos Escribir la lectura (1970) y El efecto de realidad (1968). En el primero el autor francés plantea la existencia de un texto-lectura que aparece a través de un abordaje impetuoso del escrito, que es reflexivo a medida que avanza, además de volver constantemente al texto para nutrirse (Barthes, 2013). De esta forma, se nos abre la posibilidad de construir, o reconstruir, la estructura esencial de un escrito a partir de una lectura atenta. No obstante, dicha estructura no depende del escrito por si solo ni tampoco del autor o el lector, pues:

Toda lectura deriva de formas transindividuales: las asociaciones engendradas por la literalidad del texto (por cierto ¿dónde está esa literalidad?) nunca son, por más que uno se empeñe, anárquicas; siempre proceden (entresacadas y luego insertadas) de determinados códigos, determinadas lenguas, determinadas listas de estereotipos (Barthes, 2013, p. 42).

De esta forma, todo escrito al ser abordado exhibe una estructura frente al lector atento, la que no solo le antecede a él, sino también al autor y su obra. Así, la red de nociones que se abre ante la lectura de un texto, es decir, las interacciones que se establecen entre los protagonistas, los personajes secundarios, las características, las personalidades, etc. y que se reconstruyen a través del texto-lectura, no serían inherentes al puro escrito, sino también representarían las conexiones con su realidad externa, que lo impregnan de significación y lo hacen comprensible. Dentro de ésta misma línea, en El efecto de realidad, Barthes (2013) se encarga de resolver la pregunta por lo innecesario que se volvería desde el estructuralismo lo descriptivo o accidental, pues se aleja de esta red de relaciones propia de cada texto y que a su vez conformaría su núcleo. Esto es algo que se da sobre todo en la novela por medio de la trama. En ella, cabe preguntarse lo siguiente: ¿qué importancia tiene la descripción minuciosa de un acontecimiento narrado si lo más relevante preliminarmente para el estructuralismo sería justamente su estructura central? Pues bien, Barthes es enfático en afirmar que incluso las descripciones son relevantes pues están determinadas por elementos estéticos, estructurales y culturales que las llevan a significar la realidad del texto (Barthes, 2013). En otras palabras, la descripción transformarla en convincente a la obra.

Así pues, si tomamos por ejemplo la novela El desierto de los tártaros (Buzzati, 2004), nos encontramos con que, primeramente, la estructura central aludiría solo a lo que concierne a su trama o argumento, que en este caso corresponde al transcurso de la vida del teniente Giovanni Drogo confinado dentro de la fortaleza Bastiani, esperando un momento de gloria alejado de los atractivos asociados a la juventud y la vida. Para que la trama tenga sentido, no solo debemos estar insertos en una red estructural (cultural) previa al texto, del cual la obra es análoga, pues también se necesita que la descripción tenga su propia función y estructura. Así, cuando en la novela en cuestión se grafica una fortaleza militar casi al modo de un monasterio religioso, se hace precisamente convincente el abandono de la propia vida que ha realizado el protagonista. Como se observa, tanto la estructura central o trama, como la estructura periférica formada por la descripción o discurso, se interrelacionan y también se vinculan a elementos (estructuras) externos al texto mismo12.En efecto, tienen que estar dentro de un conjunto de significaciones o sistema, superior a la forma del escrito, para que tanto lo neurálgico y lo descriptivo cobren sentido pleno.
 
De acuerdo a lo propuesto hasta este punto, aludir a otros textos desde el análisis estructural parece absolutamente necesario a la hora de abordar una obra literaria, toda vez que asumimos que la red de relaciones culturales (tradición-estructura) se conserva gracias a la escritura, determinando una serie de obras y textos particulares. Así, en torno a la intertextualidad, Gerard Genette nos plantea la existencia de un architexto, o modelo textual primordial, que configuraría a través de sus categorías cada escrito13. Por este motivo, las relaciones establecidas entre los mismos sería, más que una intertextualidad, una suerte de transtextualidad (Genette, 1989). Así pues, las categorías correspondientes a dicha transtextualidad serían las siguientes: a) la intertextualidad, que se refiere a la presencia de un texto a través de otro, lo cual se refleja en fenómenos como el plagio o la alusión (Genette, 1989), b) el paratexto, que engloba los textos que nos dicen algo del escrito que tenemos en frente, como por ejemplo los títulos, los comentarios, los prólogos, etc. (Genette, 1989), c) el metatexto, que refiere a la presencia implícita de un texto en otro, donde generalmente el primero es criticado por el segundo (Genette, 1989), d) el architexto, que engloba el prototipo de un escrito, su forma de acuerdo a categorías que le son propias, como la poesía, la novela, etc. haciendo referencia a una pertenencia taxonómica (Genette, 1989). Por último, e) la hipertextualidad, que categoriza la relación de un texto (hipertexto) con otro previo que lo hace posible (hipotexto) (Genette, 1989). Esta última categoría atiende a una estructura de transformación de un texto a otro, es decir, como el hipertexto puede decir lo mismo que el hipotexto, pero de otra manera, o también, como el hipertexto puede decir algo distinto al hipotexto, pero de una manera muy similar a la fuente.

Como un ejemplo de esta fase de profundidad en el análisis estructural podríamos citar el estudio del cuento corto La casa de Asterión (1974) del argentino Jorge Luis Borges. En éste se refleja claramente una referencia al relato de Teseo y el Minotauro propio de la mitología griega. No obstante, el protagonista propuesto por el escritor argentino ya no es Teseo, sino un ser llamado Asterión (el Minotauro), por lo que se prescinde de la actitud valiente del héroe griego para acentuar la misantropía y la soledad propios de alguien con problemas para desenvolverse en la sociedad. Así, en el relato de Borges se podrían aplicar como categorías explicativas la intertextualidad, la paratextualidad, la architextualidad (que atañe a ambos relatos) y también el hipertexto, dentro de los cuales los más evidentes serían el primero y el último, pues se trata de un relato que claramente alude a otro, pero implicando una transformación (intercambio de protagonistas) de aquel escrito al que se refiere.

El tercer nivel de profundidad, que como decíamos atiende al lenguaje de un escrito, trata de superar en su análisis los fenómenos meramente culturales (ámbito que sería más pertinente a la lengua o idioma), pudiendo identificarse a través de las ideas que el lingüista francés Émile Benveniste plantea en El hombre en la lengua (1978). Benveniste lleva el lenguaje a una raíz antropológica, en una búsqueda de superación de aquella visión tradicional que lo concibe meramente como instrumento de comunicación (compuesto de signos). En efecto, el lenguaje será, al decir de Benveniste, aquello que enseña la definición misma del ser humano14 (Benveniste, 1978). Algo que no puede diferenciarse de la subjetividad característica del hombre. En este sentido, el lingüista francés señala:

Es en y por el lenguaje como el hombre se constituye como sujeto; porque el solo lenguaje funda en realidad, en su realidad, que es la del ser, el concepto de “ego”. La “subjetividad” de que aquí tratamos es la capacidad del locutor de plantearse como “sujeto”. Se define no por el sentimiento que cada quien experimenta por ser él mismo (sentimiento que, en la medida en que es posible considerarlo, no es sino un reflejo), sino como la unidad psíquica que trasciende la totalidad de las experiencias vividas que reúne, y que asegura la permanencia de la conciencia (Benveniste, 1978, p. 180).

De este modo, la unión entre lenguaje y sujeto es algo que para Benveniste se refleja en toda expresión discursiva, forma parte de su constitución específica al ser el discurso la puesta en acción del lenguaje mismo (Benveniste, 1978). En palabras más simples, todo discurso parte de un yo (persona-subjetividad) que se dirige a un (persona que no se representa a sí misma) o a un él (que no es personal), por lo que cada discurso remite a sí mismo en tanto es producto de una subjetividad inherente que lo enuncia (salvo en los elementos que se encuentran bajo el dominio de la tercera persona él). Aplicando esto a un caso práctico, se podrían caracterizar las unidades transversales que definen a todos los discursos emitidos por un mismo personaje dentro de una obra determinada, o también, si el escrito mismo es considerado como discurso, establecer aquel al que se dirige el escrito. Así pues, si tomamos por ejemplo la novela El gatopardo (Tomasi di Lampedusa, 1980) que refleja la reinvención y cinismo de la nobleza para mantenerse en el poder frente a las revoluciones unificadoras que caracterizaron a la Italia del siglo XIX, podríamos establecer las diferencias entre los discursos que exponen sus personajes centrales. A un nivel específico, se lograría identificar detalladamente las características subjetivo-discursivas que hacen del príncipe, Don Fabrizio Corbera, un representante de la decadencia del orden existente y a su sobrino, Tancredi Falconeri, un vicario de una supuesta nueva organización política. Igualmente, también se podría identificar el tú (lector) específico al que se dirige la novela, dando cuenta de que podrán ser varios, tanto contemporáneos a la obra como también aquellos más actuales, transformándose así en un ustedes.

Como se ha reflejado, existen diferentes tipos de hondura en el análisis estructural, los que como se afirmaba anteriormente, no tienen un límite específico Si bien con Benveniste se ha replegado el método al examen de un fenómeno primordial, como lo es el lenguaje y su talante subjetivo, también cabría preguntarse por la constitución estructural de la esfera intersubjetiva del lenguaje, volviendo nuevamente a la necesidad de establecer otro conjunto de relaciones (estructura) que lo explique. Esto lleva inevitablemente a preguntarnos por la posibilidad de dar cuenta cabalmente de un fenómeno a través del estructuralismo. Preliminarmente, pareciera que el estructuralismo es perfectamente aplicable hasta ciertas capas que conforman la constitución de la significación de un texto, sin embargo, a medida que se gana en abstracción, también pareciera que se hace más difícil dicha aplicación.


4. Estructuralismo y análisis inconcluso: elementos filosóficos Implicados

La idea de un carácter filosófico inherente a la propuesta estructuralista no es algo nuevo, aunque los mismos estructuralistas no lo declaren abiertamente. Sin ir más lejos, el filósofo chileno Humberto Giannini (2009) establece una interesante relación entre el estructuralismo y las ideas de Vico a través del siguiente fragmento:

Sin embargo, esta concepción de un sistema social que cambia de acuerdo a reglas internas de transformación, válidas universalmente e independiente de los planes y concepciones de los individuos o de los grupos sociales, ya había aparecido en el siglo XVIII, como contrapropuesta al subjetivismo cartesiano, en las ideas contenidas en la Ciencia nueva, de Giambattista Vico. La similitud consiste en tratar los diversos fenómenos sociales e históricos –el lenguaje, los mitos, el derecho, la religión, en fin, instituciones y usos sociales– como estructuras “ideales” que poseen unos principios internos de articulación sincrónica y de transformación diacrónica (Giannini, 2009, p. 407).

Lo interesante de este pasaje, además de lo sorprendente que resulta su aparición en un texto de uso didáctico, es lo útil que resulta para graficar esa referencia a una estructura en tanto dimensión abstracta y autónoma que fundamenta la realidad antropológica, algo que se ha venido insinuando constantemente durante este escrito.

Volviendo a las páginas precedentes, constatábamos que existían diferentes niveles de profundidad en el análisis estructuralista, los que van ascendiendo en abstracción sin exhibir un límite claro. La causa de esto se debe a que al tener como base (o hipótesis) un sistema de relaciones que explica los fenómenos, también se gana un grado de abstracción tal, que la estructura explicativa se transforma en un metafenómeno. La idea de una red de relaciones se vuelve una condición de posibilidad de lo real, pero debido a su misma idealidad es imposible de encontrar en la esfera de lo observable. De este modo, se vuelve un principio filosófico similar a la noción de cambio en Heráclito o a la noción de ser en Parménides. Cada vez que se encuentre una estructura se abre constantemente la posibilidad de un “más allá” o estructura más profunda que dé cuenta del fenómeno en su fase más fundamental, precisamente porque dicha noción es puramente ideal. En términos simples, la red de relaciones última a la que alude siempre se va alejando de una posibilidad de análisis empírico, gracias a su curso de abstracción ascendente15. Esta tendencia filosófica implícita en el estructuralismo se refleja en la obra del antropólogo Claude Levi-Strauss, en la que “aparecen numerosas referencias a los más eminentes prohombres de la historia de la filosofía; como también menudean citas de literatos, artistas y músicos” (Gómez, 1983, p. 1). Ciertamente un ejercicio especulativo impropio de un cientista social. No obstante, y tal como se ha mencionado previamente, este escondido peso filosófico que acentúa la importancia reflexiva del método estructuralista también hace difícil que bajo su enfoque se pueda llegar a explicar un fenómeno cabalmente, esto se debe principalmente a la indeterminación de la estructura.

Es necesario destacar que la dificultad metodológica inherente al estructuralismo no impide su aplicación por niveles para llegar a establecer una descripción de un hecho sociocultural específico. En efecto, y se observa en los ejemplos aplicados a la literatura que se han expuesto en páginas previas, podemos obtener las características distintivas que definen los diversos discursos de un sujeto, la estructura neurálgica de un escrito o también un conjunto de obras previas que determinan su significación, todo sin remitirnos directamente a una estructura ideal. Quizás la solución, más allá de focalizarse en la dimensión discursiva y las relaciones de poder, a la manera del posestructuralismo, radica en una diferenciación explícita entre los aspectos teórico-filosóficos y los aspectos metodológico-prácticos del estructuralismo, lo cual serviría como ayuda al investigador para descubrir las reales posibilidades que se le ofrecen al aplicar este tipo de método en las ciencias humanas.


5. Conclusiones

A lo largo del escrito se ha explicado una falencia central dentro del estructuralismo: la dificultad para dar cuenta por completo de aquella estructura que pretende corroborar. Esto análisis parcial se debe a que el enfoque estructuralista, o más bien los teóricos del estructuralismo, nunca declaran abiertamente la condición de fundamento filosófico que posee su supuesto de investigación. Así, la hipótesis en torno a la existencia de un sistema autónomo que permite describir los fenómenos socioculturales funciona bajo una dinámica similar a la utopía, orienta la actividad humana, que en este caso corresponde a la investigación cualitativa, pero es imposible asistir a su concreción fáctica. A pesar de esto, observábamos claramente como el estructuralismo seguía siendo metodológicamente funcional a la hora de aplicarse a textos escritos. Dicha funcionalidad es efectiva en contextos específicos, o como decíamos, por niveles de profundidad, pues si se desiste de la referencia constante a una estructura última, es posible describir la constitución de la significación de un fenómeno de manera bastante acertada. En este sentido, el problema pendiente para el método citado sería entonces fijar el límite de su propia dimensión filosófica, lo que permitiría tomar conciencia real del punto hasta el que podemos hacer visible lo estructural de la realidad sociocultural. Una vez conseguido esto, la añosa tensión interna propia a todo estructuralismo, a saber, la oposición entre la autonomía de la estructura y su presencia (y también dependencia) sociocultural, debería en gran medida difuminarse.








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1 Una muestra del potencial filosófico del estructuralismo se refleja en su impacto dentro de la epistemología. En efecto, a partir del estructuralismo el filósofo inglés John Worrall habla de un realismo científico al modo de un realismo estructural. La idea central de esta propuesta indica que las teorías científicas describen las relaciones que se dan entre los conceptos que las componen, existiendo así una estructura bajo los fenómenos naturales que se mantiene y se expresa al modo de ecuaciones matemáticas (Jaramillo, 2014).

2 La vertiente metodológica de la fenomenología no impide que a partir de su utilización aparezcan propuestas filosóficas de envergadura, cuya relevancia es independiente al trabajo de Husserl. Por ejemplo, en el campo de la filosofía de la religión Eliade (1998) establece fenomenológicamente que la dimensión religiosa de la conciencia humana puede interpretarse a partir de la división entre lo sagrado y lo profano, categorías que han influido en el ejercicio de diversos análisis de la religión. Por su parte Otto (2005) también haciendo una aproximación fenomenológica, estípula que el origen de la religión radica en lo numinoso, que se vincula a lo santo y lo sagrado pero sin su componente moral y metafísico.

3 Título original: Philosophie als strenge Wissenschaft.

4 Título original: Ideen zu einer reinen Phänomenologie und phänomenologischen Philosophie. Erstes Buch: Allgemeine Einführung in die reine Phänomenologie).

5 Las búsquedas de interpretación a través de la historia, para dar cuenta del ser, son las que llevaron a Heidegger a conceptualizar la verdad como alétheia o des-ocultamiento.

6 Esta perspectiva cultural del estructuralismo puede hacernos considerar algunas de las reflexiones de T. S. Eliot como protoestructuralistas, pues éste considera la influencia del peso de la tradición para entender la obra de un autor, más allá de las cualidades particulares que se puedan observar (Eliot, 2000). Justamente, esa misma tradición puede considerarse como la cultura y la producción de significado que antecede a una obra. Para un desarrollo de este último punto se véase: Eliot, T.S. (2000). Ensayos escogidos. México: Universidad Nacional Autónoma de México. 17-29.

7 Entendido como la interacción de las partes ubicadas dentro de un todo.

8 Esto conlleva que Beltrán-Pérez sostenga que “una estructura no es pues una realidad empírica observable sino un modelo explicativo teórico construido no como inducción sino como hipótesis. Se diferencia así «estructura» de acontecimiento” (Beltrán-Pérez, 2008, p. 4).

9 No obstante, Saussure no es el auténtico iniciador de esta beta de investigación, pues ya había antecedentes a principios del siglo XX en Rusia, específicamente en el campo de las ciencias sociales (Beltrán-Pérez, 2008).

10 Por este motivo Olmedo plantea que “el autor no es más que un individuo que posee una posición socialmente diferenciada en comparación a un trabajador, capitalista, lumpen, etc.” (Olmedo, 2015, p. 225).

11 Cómo se ve, estos niveles de profundidad atienden al escrito. Sin embargo, también pueden establecerse niveles de profundidad centrándose en la pura estructura. Así, “en el primer nivel, hay tan sólo, como hemos visto, una intención. En el segundo declaramos: este objeto tiene una estructura. En el tercero tenemos derecho a afirmar: este objeto es una estructura” (Millet y Varin d’Ainvelle, 1972 citado por Olmedo, 2015, p. 224).

12 Esto lleva a que el estructuralismo siempre trabaje sobre opuestos, detectando características centrales o estructurales y su oposición con las características propias de lo accidental o añadido, que por su naturaleza se alejan del centro, Al respecto, Fredric Jameson estípula que “la categoría dominante del estructuralismo como método es el concepto de oposición binaria, la noción de que todos los significados se organizan, siguiendo el patrón de la fonología, en pares de oposiciones o de diferencias determinadas” (Jameson, 2014, p. 29).

13 Esta diferencia también es hecha por Barthes en su ensayo De la obra al texto (1971), donde señala que: “la obra es un fragmento de sustancia, ocupa una porción del espacio de los libros (en una biblioteca, por ejemplo). El Texto, por su parte, es un espacio metodológico… El Texto no es la descomposición de la obra, es la obra la que es la cola imaginaria del Texto. Es más: el Texto no se experimenta más que en un trabajo, en una producción. De lo que se sigue que el Texto no puede inmovilizase (por ejemplo, en un estante de una biblioteca); su movimiento constitutivo es la travesía (puede en particular atravesar la obra, atravesar varias obras)” (Barthes, 2013, p. 87).

14 Ciertamente esto lo vincula a la concepción aritotélica del ser humano, ya que si bien es sabido que Aristóteles define al hombre como un Zoon politikón (ζῷον πολιτικόν), también es claro que el filósofo griego “describió al ser humano como poseedor de un lenguaje (éjon lógon) que tenía la capacidad de expresar no sólo sentimientos, como otros animales, sino también conceptos y valores” (Huici & Davila, 2016, p.759). Siendo esto indispensable para desarrollar justamente esa vida política que lo define.

15 Por este motivo los posestructuralistas regresan a las relaciones de poder que configuran la dimensión sociocultural, acusando la imposibilidad de una estructura independiente que se autorregula. Así, “Derrida y Foucault se refuerzan mutuamente en su crítica al estructuralismo, por un lado, al reconocer que los significados trascendentales son relativos al tiempo y al espacio, y que dependen de la retórica del texto, y por otro, al asumir que la estructura es ilusoria, porque depende del poder y de los regímenes de verdad, y es analíticamente inestable” (Cherryholmes, 1999 citado por Rifá, 2003, p. 73).











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